Radiación electromagnética, atmósfera y vida

En otra entrada anterior os hablaba sobre qué es la radiación electromagnética y cuál es su naturaleza. Ya en aquella ocasión mencionaba la amplia variedad de orígenes, usos y efectos que pueden tener las radiaciones electromagnéticas debido a la amplitud de escala de la energía asociada a estas ondas. Especialmente interesante es la relación entre el fenómeno de la vida y este tipo de energía.

Radiación electromagnética y vida son fenómenos íntimamente ligados de formas muy diversas y, en algunos casos, de manera poco conocida. Por una parte, no se puede comprender el origen y mantenimiento de la vida en la Tierra sin tener en cuenta determinados tipos de radiación electromagnética. Por otra parte, algunos tipos de radiación electromagnética pueden ser letales para la vida y la protección que la Tierra ofrece frente a ellas, en gran medida gracias a la atmósfera, es esencial para que la vida prosiga. La relación estrecha entre radiación electromagnética y vida aporta, además una «conexión cósmica» más de esta última, ya que la mayor parte de la radiación electromagnética que llega hasta el planeta proviene directa o indirectamente del espacio.

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Guía para buscar vida extraterrestre (parte II)

El profesor McManus, durante una visita al gran radiotelescopio del Observatorio de Arecibo, en Puerto Rico.

Me alegro de que continúes interesado/a en el tema después de leer la primera parte, porque me queda por contarte lo más interesante. Es probable que  todo lo que has leído hasta ahora te haya parecido un conjunto de misiones imposibles: Encontrar moléculas microscópicas en planetas que están a billones de km, identificar señales electromagnéticas especiales en el inmenso océano energético del Universo… pero es el turno de la tecnología y el  ingenio humano.

2. ¿Cómo buscamos?

Si lo que deseamos es localizar planetas que albergan vida fuera del Sistema Solar… ¡lo primero será encontrarlos!. La verdad es que hasta hace poco tiempo la existencia de planetas fuera del sistema solar (planetas extrasolares o exoplanetas) simplemente se presuponía (Si el Sol tiene sus planetas, ¿por qué no van a tenerlos otras estrellas?) pero realmente no se conocía ninguno. Hoy sin embargo,  ya tenemos datos concretos de un buen número de planetas que giran alrededor de otras estrellas.

Ahora bien, ¿nos vale cualquier planeta para empezar a explorar? Ya puedes imaginar que no. En primer lugar,  hay que buscar planetas que se localicen en la zona «habitable» del sistema (ni demasiado cerca ni demasiado lejos) ya que temperaturas excesivamente altas o bajas reducen la probabilidad de hallar vida, aún teniendo en cuenta la alta capacidad de la vida para adaptarse a condiciones extremas. Esta zona «habitable»es diferente para cada sistema planetario, ya que depende de las características de cada estrella y de los propios planetas. Otro aspecto fundamental es el tamaño y características del planeta: debe ser lo suficientemente grande como para retener su propia atmósfera, pero al mismo tiempo con una superficie rocosa que ofrezca un soporte a las masas de agua o a la propia vida directamente. Dicho en pocas palabras, debe parecerse a la Tierra.

Dibujo del telescopio Kepler (Fuente: http://www.astrofacil.com)

El problema es que es mucho más fácil encontrar un planeta gigante (al estilo de Júpiter) que otro de tipo terrestre más pequeño, especialmente si orbitan cerca de su estrella. De hecho, la mayor parte de planetas extrasolares encontrados hasta ahora son de este tipo. Se les llama jupiteres calientes y son los exoplanetas más fáciles de encontrar, pero desgraciadamernte son poco aptos para la vida. Sin embargo, la NASA inició en 2009 la misión KEPLER. Se trata de una nave-telescopio que se ha colocado en una órbita alrededor del Sol, en un lugar idóneo desde donde buscar y analizar planetas similares a la Tierra. En realidad, la agencia espacial europea comenzó en 2006 una misión similar denominada COROT, aunque con medios técnicos no tan potentes. Gracias a KEPLER  ya se han localizado algunos planetas pequeños más parecidos a la Tierra que ningún otro planeta descubierto anteriormente. Pero este es sólo el comienzo.

¿Cómo consigue la sonda Kepler localizar y analizar este tipo de planetas? La nave emplea un «truco» muy ingenioso: Es capaz de detecar variaciones minúsculas en la luz que nos llega de otras estrellas. Estas variaciones se producen cuando un planeta, a lo largo de su órbita, pasa «por delante» de la estrella. A este fenómeno se le llama tránsito. Así pues, KEPLER se dedica a descubrir tránsitos en cualquiera de las miles de estrellas que es capaz de observar.

Pero la cosa no queda ahí: Después de encontrar el planeta, también se puede estudiar su composición atmosférica analizando la luz de la estrella cercana que atraviesa la atmósfera del planeta antes de ser captada, de la misma forma que podemos conocer el color de una pieza de una vidirera por la mancha de luz que al atravesarla, se proyecta sobre la pared. Cada sustancia química absorbe un determinado tipo de energía, así que cuando la luz de una estrella atraviesa la atmósfera de un planeta, esta actuará como un filtro que modifica la luz resultante según los componentes químicos que haya en ella. Por tanto, es posible, al menos en teoría, identificar los componentes de la atmósfera de un planeta analizando la luz que filtra su atmósfera.

Ahora bien, si de lo que se trata es de buscar señales de inteligencia extraterrestre, el método es diferente. Básicamente se trata de analizar la inmensa cantidad de radiación electromagnética que nos llega del espacio e identficar en este inabarcable océano de energía alguna radiación, en concreto, cuyas características permitan distinguirlas del resto de radiaciones naturales debido a su intensidad o patrón de emisión.

El principal problema es precisamente la cantidad de información a analizar. Miles de millones de cuerpos celestes producen continuamente todo tipo de radiaciones de muy diverso tipo que pueden llegar hasta nosotros. Encontrar una aguja en un pajar, no es nada comparado con esta tarea. Redes de radiotelescopios situados en diversas partes del mundo recogen información procedente del espacio, pero ¿cómo saber la frecuencia que debe sintonizarse de las muchísmias que podrían probarse? ¿cómo saber hacia donde orientar los radiotelescopios? y por último ¿Cómo inventar un ordenador «superpotente» para lograr analizar tanta cantidad de información? Los científicos han intentado encontrar solución a estas dificultades:

Lo primero es decidir qué frecuencia energética es la que los extraterrestres emplearían para enviar señales al espacio. Los científicos opinan que la más probable es la que corresponde al hidrógeno, es decir 1420 MHz. En primer lugar, ya sabes que el hidrógeo es el elemento más abundante del todo el Universo, por lo que debe ser bien conocido en cualquier lugar de este donde exista vida inteligente. Se trata, además, de un tipo de energía que puede recorrer enormes distancias sin verse afectada por el paso a través de nebulosas o nubes de polvo, por lo que sería capaz de transmitir mensajes que sin interferencias ni alteraciones antes de ser capatadas en la Tierra. En resumen, esta es la frecuencia que el ser humano elegiría para transmitir este tipo de mensajes, así que se ha pensado que los posibles extraterrestres harían lo mismo (un poco presuntuoso por nuestra parte).

En cuanto a cómo manejar y analizar una cantidad tan enorme de datos sobre radiación electromagnética para encontrar el  «premio», científicos de la Universidad de Berkeley hallaron una posible solución: Se puede conseguir el «superodenador» necesario uniendo la modesta potencia de miles de ordenadores pequeños; pero ¿de dónde sacar tantos ordenadores dispuestos a trabajar para un proyecto así? La respuesta es un tanto sorprendente: de los hogares de todo el mundo.

Ya sabes que, en cada momento, un ordenador doméstico sólo emplea un parte de su capacidad de procesamiento, así que ¿y si estuviésemos dispuestos a «prestar»  la capacidad de nuestro procesador que no estemos usando para buscar vida extreterrestre?. Hay que reconocer que la idea tiene un marketing bastante bueno: nos brinda la oportunidad de participar directamente desde casa en la búsqueda de vida extraterrestre. La Universidad de Berkeley diseñó un programa que puede instalarse en cualquier equipo informático y que se activa automáticamente cuando el usuario no está haciendo uso del equipo o no afecta a su funcionamiento.

Vista aérea del Observatorio de Arecibo en Puerto Rico

El programa, envía entonces paquetes de  información recibidos por el gran radiotelescopio de Arecibo al ordenador y analiza la información usando el procesador del equipo; luego, reenvía los resultados relevantes a la central de la Universidad. El proyecto se denomina SETI@HOME, comenzó a funcionar en 1999 y, aunque aún no ha logrado hallar datos concluyentes, ha permitido analizar una cantidad de información que de otra forma habría sido imposible. Si quieres saber más o incluso participar en el proyecto consulta la web oficial de SETI@HOME.

3. ¿Dónde buscamos?

Parece que la pregunta ya está respondida en los apartados anteriores y, en parte, así es. En principio, no todos los planetas son capaces de albergar vida. Es necesaria alguna estrella próxima que aporte energía al planeta y una temperatura mínima que permita el estado líquido de algunas sustancias, probablemente agua. A continuación, habrá que buscar algunas de las bioseñales que hemos contado en el artículo anterior.

La estrategia habitual hasta ahora ha sido la de buscar exoplanetas con el mayor parecido posible a la Tierra, ya que ello aumenta las posibilidades de encontrar vida similar a la terrestre, pero algunos científicos proponen una idea más original: ¿Por qué no buscar la vida extraterrestre en nuestor propio planeta?. Quizá te parezca una contradicción y, en cierto modo, así es; pero el planteamiento tiene sentido.

En primer lugar, la Tierra ofrece lugares con condiciones ambientales que pueden ser similares a las d eplanetas extraterrestres. Aguas termales a más de 100 ºC, lagunas con alta concentración de sales o metales, etc. son lugares donde los científicos busca formas de vida extremófilas. El nombre lo dice todo. Se trata de seres vivos microscópicos, generralmente bacterias, capaces de soportar condiciones ambientales extremas. Los extremófilos dan una idea de las posibilidades que posee la vida para adaptarse condiciones muy especiales y de que podamos esperar encontrarla en otros lugares del universo.

Hay otra cuestión curiosa: la Tierra ha intercambiado fragmentos, mediante meteoritos, con otros planetas del sistemas solar, particularmente con Marte. Nos es que los científicos supongan que en los meteoritos hayan podido viajar (y sobrevivir) formas de vida pluricelulares, pero sí cabe la posibilidad de que lo hayan podido hacer formas de vida más simples como bacterias. ¿Podrían existir en la Tierra formas de vida simples descendientes de las que quizá surgieron en Marte? No hay pruebas de esto haya ocurrido, pero la hipótesis no se descarta.

Así pues, es posible que, después de tanto buscar rastros de vida en mundo lejanos, termine siendo más productivo dirigir nuestras miradas a nuestro propio planeta, porque, al fin y al cabo, tampoco conocemos con exactitud el origen de la vida en la Tierra.